translúcido, da.

(Del lat. translucĭdus).

1. adj. Dicho de un cuerpo: Que deja pasar la luz, pero que no deja ver nítidamente los objetos.

RAE


14 de julio de 2010

El maravilloso mundo de la mermelada


Esta señora tan guapa era mi bisabuela Isabel, todas mis tías recuerdan de su infancia los maravillosos dulces que hacía. El dulce de higo era la estrella. Hacía de melón, de cabello de ángel, de membrillo, las mil mermeladas...
Tengo una vecina que tiene higueras y desde hace unos años me regala en septiembre varios kilos, cuando están en su esplendor. Un día, ya ahíta de higos, por no desperdiciarlos, decidí intentar recuperar la legendaria receta del dulce de higo. He de decir, aunque suene a broma, que me costó varios años conseguir hacerlo, además de varias llamadas a las primas de La Rioja para que me contaran sus recuerdos. Mis primeros intentos fueron un desastre, o bien se rompían, o se convertían en una especie de higos al caramelo, o en una piedra incomible. Pero al final lo conseguí. Son algo exquisito. Deben quedar enteros, dorados, bañados de un untuoso almíbar. Un manjar. Ideal para comerlos con un buen helado de vainilla, o como lo hacen mis tías, aplastados en pan sobao.
Mi madre, que es super fan de la mermelada de albaricoque me dijo que debería probar a hacerla. Ahí se abrió la caja de Pandora: mi tía Gumer, fresa; mi tía Mari, tomate... Y así las fui haciendo todas, para satisfacer los recuerdo infantiles de mis señoras mayores.
Para hacer mermeladas hay que tener paciencia, tiempo y mucho amor. La fruta hay que manipularla con mucha delicadeza para que no se rompa, cocerla a fuego lentísimo durante horas, a veces días. Hay que mirarla mucho y agitar suavemente las ollas. Durante el proceso la casa se llena con su suave perfume. Es una especie de alquimia, cada fruta tiene sus propios tiempos, su propia proporción de azúcar.
El concepto base es que por un lado está la fruta y por otro el azúcar y deben casar para convertirse en algo diferente, que no sea ni lo uno ni lo otro. Esto se logra alternando el fuego y el reposo. Calentarlas para que se vayan amalgamando y dejarlas enfriar para que la fruta vaya soltando su almibar y vuelta al calor.
Su conservación es de años, el azúcar las blinda contra el tiempo y la caducidad. He tenido botes abiertos durante meses sin que se enmohezcan, ni pierdan calidad. En cierto modo es un arte.
Ahora mismo estoy haciendo mermelada de albaricoque. Mañana subiré la receta, paso a paso.

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